Amigos
FIDELIO
Disclaimer: Harry Potter y sus personajes no me pertenecen a mí sino a JK Rowling, yo sólo se los tomo prestados porque tengo mucho tiempo libre y demasiada imaginación.
Advertencia: Este fic es Harry/Draco (es decir, chico/chico) y transcurre tras El Príncipe Mestizo. Léelo bajo tu responsabilidad.
Capítulo 4: Amigos
Afortunadamente, Remus y Molly ya no se encontraban en el salón cuando Harry y Draco, aún sujetos del brazo para facilitar el descenso de éste último, alcanzaron la planta baja. El Gryffindor no estaba preparado para ver la acusación en los ojos de Lupin cuando le viera confraternizando con el ex-alumno al que, al parecer, tanto odiaba. Al menos, no todavía.
- ¿Adónde ha ido la manada de pelirrojos? -preguntó Draco, mirando a su alrededor. Ni un solo murmullo perturbaba la paz del hogar Weasley.
Harry se encogió de hombros, ignorando el desprecio del Slytherin, tan desconcertado como él.
- Ni idea. Ven, vamos al jardín -apremió, deseando comprobar si la cocina también estaba vacía.
- Eh... Harry... -dijo Draco, sin moverse de su sitio.
El moreno le miró, preguntándose el por qué de las reticencias del Slytherin, y entonces se dio cuenta. Su brazo seguía enlazado al de Draco, mientras en la otra mano sostenía el bastón de Lucius.
Sintió un calor repentino en las mejillas, al tiempo que se desasía de Draco y, torpemente, le tendía el bastón de su padre.
- Perdona -murmuró, al tiempo que Draco se apoyaba en el mango con forma de cabeza de serpiente.
- No es por nada, Potter -ironizó el rubio- pero no creo que a ninguno de tus amiguitos le hiciera gracia verte agarrado de mi brazo.
Draco sonrió, y Harry le imitó, no tanto por la broma sino por lo que representaba. Si Draco era capaz de ser sarcástico, es que aún no estaba acabado del todo.
Lentamente cruzaron la parte baja de la casa. La cocina estaba desierta, y Harry se preguntó adónde habría ido Charlie. Por un instante temió que la familia hubiera decidido salir al exterior para disfrutar de la agradable tarde, pero el jardín estaba tan desierto como la casa.
- Extraño... -murmuró Harry, escudriñando a su alrededor-. Bueno, en cualquier caso mejor para ti¿no?
Al no obtener respuesta alguna, se giró para mirar a Draco. Y lo que vio le conmovió. El rubio había cerrado los ojos, dejando que el sol le acariciara el rostro por un instante. Tenía la misma expresión que un hombre que sale a la calle tras haber pasado los últimos diez años en Azkaban, y Harry escuchó con claridad cómo respiraba profundamente, aspirando lo que probablemente era el primer aire no viciado que sentían sus pulmones desde que llegara a La Madriguera.
Repentinamente, abrió los ojos, y las dos pupilas rodeadas de gris se clavaron en Harry. El moreno apartó rápidamente la mirada, y el Slytherin bajó la cabeza, como un niño al que se le sorprende haciendo algo malo. Incómodo, aferró con más fuerza la cabeza de la serpiente, y golpeó con el bastón en el suelo.
- ¿Nos sentamos? -propuso.
Harry adivinó que el breve paseo había conseguido agotar su pierna, atrofiada después de semanas de inactividad. Aunque, por supuesto, Draco se dejaría matar antes de confesarle que estaba cansado. Asintió con la cabeza, y se sentó en el suelo, vigilando a Draco con el rabillo del ojo para asegurarse de que el Slytherin no se lastimaba al dejarse caer sobre el descuidado césped. Pero, incluso herido, Draco se las arregló para sentarse con una total y absoluta elegancia.
- ¿Y tus amigos, Potter? -preguntó, dirigiendo una mirada al improvisado campo de quidditch, ahora vacío.
El aludido advirtió el esfuerzo que Draco había tenido que hacer para no dirigirse a ellos como “la comadreja y la sangre-sucia”. Se encogió de hombros.
- Por ahí estarán -respondió con aire evasivo.
Draco sonrió de medio lado.
- Ya veo. Así que Weasley y Granger al fin van cogiditos de la mano a todas partes, y han dejado al pequeño Harry solo.
El duro sarcasmo de Draco le hizo levantar la cabeza bruscamente, pero, para su sorpresa, encontró un poso de simpatía en los ojos grises del Slytherin. Además, advirtió con sentimiento de agradable desconcierto, era la primera vez que Malfoy se dirigía a él por su nombre.
- ¿Cómo lo sabes? -preguntó Harry, alzando las cejas.
Draco puso los ojos en blanco.
- ¡Oh, vamos, Potter¿En serio piensas que soy tan tonto?
- Te pasas todo el día encerrado arriba -replicó Harry, intentando justificarse.
- Sí, y cuando bajo tengo tiempo de ver qué dos personas están haciendo manitas por debajo de la mesa. Sobre todo cuando no tengo otra cosa que hacer que observar disimuladamente a los demás. Comprenderás que tus amiguitos no me dan mucha conversación... -terminó con un suspiro, y en su tono irónico se adivinó cierto matiz de tristeza-. He tenido muchos días para darme cuenta...
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -preguntó Harry instantáneamente.
Draco frunció el ceño, pensativo, antes de responder. Después, se encogió de hombros.
- No te puedo dar una cifra exacta. Los días se confunden cuando no haces nada que los diferencie... ¿Un mes, tres semanas...? Algo así, supongo. Los primeros días estaba demasiado... -se interrumpió de repente, con el ademán de quien descubre que ha hablado más de la cuenta.
- ¿Demasiado...? -le presionó Harry, que estaba demasiado maravillado por el hecho de estar manteniendo una conversación civilizada con Draco como para dejarlo escapar.
Como ya hiciera en la habitación, Draco volvió a mirarle analíticamente, como preguntándose por qué le hacía semejantes confesiones a él. Después pareció desechar esos pensamientos, y contestó, mirando al frente.
- Demasiado débil para darme cuenta de lo que pasaba.
Un pesado silencio cayó sobre ambos al tiempo que moría el sonido de las palabras del Slytherin. El rubio clavó la mirada en el bosque, temeroso de ver en el rostro de Harry la compasión que tanto aborrecía. El Gryffindor, sin embargo, ni siquiera se movió. Estaba demasiado pensativo, recordando la imagen del torso maltratado de Draco. Una imagen que le torturaba.
- ¿Qué te pasó? -preguntó casi automáticamente, y sólo cuando escuchó las palabras de su propia voz, se dio cuenta. Lo había hecho. Se había atrevido a preguntarle eso a Draco Malfoy.
El rubio ladeó la cabeza, incrédulo. No pudo disimular su sorpresa, al mirar a Harry, aunque intentó camuflarla tras sus ademanes altaneros y orgullosos.
- ¿Acaso los Weasley no te lo han contado? -preguntó, sin poder evitar sonar demasiado a la defensiva.
- Sí. Voldemort -Draco se sobresaltó al escuchar el nombre- perdón, Quien-tú-sabes intentó matarte a ti, por alguna razón no lo consiguió pero tus padres sí murieron... -el aristocrático perfil de Draco ni siquiera se alteró al escuchar mencionar la muerte de sus progenitores. Simplemente, asintió imperceptiblemente- y después lograste escapar de allí y acabaste en La Madriguera, llevando tan sólo el bastón de tu padre.
- Diez puntos para Gryffindor, Potter -replicó Draco, aunque, esta vez, ni siquiera el sarcasmo pudo disimular su dolor-. ¿Para qué me preguntas si ya lo sabes?
Harry se tomó unos segundos antes de contestar.
- Porque esa es la versión abreviada que les contaste a los Weasley para satisfacer su curiosidad. Yo quiero que me cuentes lo que realmente pasó.
Draco alzó una ceja.
- ¿Y qué te hace pensar que te lo voy a contar a ti, Potter?
Harry le mantuvo la mirada, impasible, pero no contestó. Cualquier cosa que pudiera decir era infinitamente peor que quedarse callado. Así que se limitó a esperar, deseando que el cambio que había creído ver en el rubio fuese real y no sólo un producto de su imaginación.
Acertó. Tras unos segundos, Draco suspiró y, clavando la mirada en sus manos, que retorcían nerviosamente el borde de su camiseta, empezó a contar su historia.
El corazón le latía con tanta fuerza que parecía a punto de salírsele del cuerpo. Pero seguía corriendo sin parar; quién sabe si por su instinto de supervivencia, o porque su padrino le empujaba constantemente, apremiándole para ir más deprisa.
Al fin, cuando ya sentía que los pulmones le iban a estallar, Severus Snape, quien se había convertido en el líder indiscutible de la expedición desde que pusiera fin al conflicto con Dumbledore (¡y de qué manera!) dio la orden de detenerse.
Draco se inclinó sobre sí mismo, recuperando el resuello. Escuchaba de fondo los jadeos perrunos de Fenrir Greyblack, la voz susurrante de su padrino y las protestas del resto de mortífagos, pero no le importaba. En su mente había una sola imagen: Dumbledore. Dumbledore, muerto.
Se incorporó. Había sido su misión, la de matarle. Pero no había podido. En su lugar...
- ¿Estás bien? -preguntó Snape. Era una de esas raras ocasiones en las que permitía que el resto del mundo le viera comportarse con Draco como algo más que su profesor.
El rubio asintió, al tiempo que miraba a su padrino. Snape había matado a Dumbledore. La imagen todavía daba vueltas, en su mente, confusa. A pesar de que emocionalmente Snape era poco menos que un bloque de hielo, él, que le conocía bastante bien, sabía cuánto había querido su padrino a aquél mago tan viejo como loco y tan loco como sabio. Albus había sido casi un padre para Severus. Y, ante la atenta mirada de su padrino, Draco se sintió profundamente culpable.
- Lo siento -musitó. Dejó caer los brazos a los costados, la cabeza gacha. Estaba derrotado, y lo sabía.
Severus miró a Draco durante unos segundos. Su ahijado, el hijo de los que habían sido sus mejores amigos, su mejor alumno y... y, por encima de todo, la persona a la que más quería en el mundo. ¡Y estaba allí, pidiéndole perdón, cuando la culpa había sido suya, sólo suya y de sus irresponsables padres!
Draco levantó la cabeza con incredulidad cuando los delgados brazos del profesor rodearon sus hombros. Severus, quizá más pálido de lo normal, pero manteniendo ese eterno dominio sobre sí mismo, le miraba con una mezcla de cariño y preocupación.
- No ha sido culpa tuya -susurró, de forma que sólo él pudiera escucharlo.
El resto de mortífagos esperaban, algo alejados, sin atreverse a romper la intimidad que se había creado entre Malfoy y Snape, profesor y alumno. También ellos estaban sorprendidos de que el viejo Snape, que había sido considerado por todos, excepto por el propio Señor Tenebroso, como un traidor redomado a las órdenes de Dumbledore, hubiera sido capaz de acabar con la vida del viejo director de Hogwarts. Impresionados, y sintiendo nacer un renovadorespeto por el viejo mortífago, esperaron, seguros de que Snape tan sólo estaba preparando a Malfoy para el destino que le aguardaba.
Porque el único hijo de Lucius, el orgulloso Draco Malfoy, no había cumplido su misión, su primera misión.
Y en el tenebroso mundo de Voldemort, la palabra perdón no existía.
Snape también pensaba en eso mientras abrazaba a su ahijado. Draco, más joven e inexperto, no había caído aún en semejante detalle, pero él era consciente de que ni siquiera su intervención sería suficiente para satisfacer a Voldemort. Dumbledore estaba muerto, sí, pero había un joven mortífago que había demostrado una alarmante reminiscencia de lealtad a su antiguo profesor... Demasiado peligroso para simplemente olvidarlo y dejarlo pasar.
Draco movió la cabeza, apesadumbrado.
- En cualquier caso, gracias por ayudarme, padrino.
Snape acercó su afilado rostro al oído de Draco, de forma que sólo él pudiera escucharle.
- Era mi deber, Draco. Y lo sigue siendo. No te preocupes por nada, sabes que siempre estaré para ayudarte. Tu madre me obligó a hacer un Juramento Inquebrantable, pero lo cierto es que se equivocó: aún sin juramento, yo te habría ayudado.
Draco abrió los ojos desmesuradamente, sorprendido. Pero su padrino no le dejó responder. Se apartó del joven Malfoy mientras se giraba hacia los demás.
- ¡Vamos! -apremió- ¡Es tarde y el Amo tiene que estar impaciente!
A una señal de Snape, el grupo de mortífagos se desapareció de los alrededores de Hogwarts, acabando, tras un desagradable viaje, en los exteriores de la guarida secreta de Voldemort.
- ¡Snape! -exclamó una desagradable voz, que el aludido reconoció rápidamente.
- Bellatrix -replicó en tono seco, arrastrando a Draco tras él hacia el interior.
- ¿Qué haces tú aquí? -rezongó la bruja sin dejarse intimidar. Después, pareció reparar en la presencia de Draco-. Mi sobrino... ¿ha tenido éxito?
Frunció el ceño al ver la expresión en el rostro del joven Malfoy. Snape habló antes de que ella pudiera hacer algún reproche.
- Dumbledore está muerto -anunció con voz firme- el plan ha sido un éxito. ¿Dónde está Narcissa? Imagino que Draco querrá ver a su madre.
Una sonrisa se formó en el rostro de Bellatrix.
- Narcissa está ahora con Lucius... ¿Dumbledore ha muerto¿en serio? -preguntó en tono ilusionado.
- ¿Mi padre está aquí! -la interrumpió Draco, atónito.
- Al mismo tiempo que tú te encargabas del viejo Dumby, nosotros fuimos a liberar a tu padre y a los mortífagos que quedaban aún en Azkaban -explicó Bellatrix, acercándose a su sobrino-. Pensamos que sería de ayuda, y ahora veo que no nos equivocamos. Draco... -murmuró, mirando al hijo de su hermana con orgullo- hoy has prestado un gran servicio al Señor Tenebroso. Reconozco que tenía mis dudas... pero has dejado el pabellón de los Malfoy, y de los Black, bien alto.
Un ligero puntapié de Snape hizo comprender a Draco que era mejor tener la boca cerrada. Bellatrix, a pesar de ser su tía carnal, era capaz de matarle si se enteraba de que había fallado. Fenrir cruzó una mirada con los demás, pero ni siquiera el belicoso licántropo se atrevió a dejar en evidencia al ahijado de Snape... no mientras su padrino estuviera delante, taladrándole con sus pequeños ojos fríos y oscuros.
- El Amo os espera -dijo Bellatrix, apartándose de Draco para mirar a los demás.
- ¿Podemos ver a Narcissa y Lucius primero? -preguntó Snape.
Bellatrix se encogió de hombros.
- No veo por qué no. Podéis ir en su busca y subid juntos a ver al Señor Tenebroso. Pero no tardéis mucho.
- No lo haremos -aseguró Snape, y, agarrando del brazo a su ahijado, se introdujo en el oscuro reducto de los mortífagos.
- ¿No vas a contarles la verdad? -preguntó Draco en un susurro, cuando ambos se hubieron alejado del resto.
- Si fuera por mí, no lo haría -musitó Snape en tono apesadumbrado, conduciendo a Draco hacia las habitaciones que ocupaban los Malfoy allí- pero me temo que no podemos confiar en la discreción de Greyback y compañía. Lo largarán todo a la primera oportunidad -suspiró, frotándose las sienes con preocupación- tenemos que actuar rápido.
- ¿Actuar rápido? -repitió Draco, desconcertado.
Snape no respondió. Se limitó a abrir una puerta y a empujarle al interior de la habitación sin más miramientos.
- ¡Draco! -escuchó que gritaba la voz querida de su madre, y, al instante, sintió que alguien le abrazaba. Draco le devolvió el abrazo, reconfortado entre los brazos de Narcissa, sintiéndose como un niño pequeño que, asustado, se refugia junto a su madre cuando siente que su vida está a punto de desmoronarse.
Al separarse de ella se tropezó con la mirada de Lucius.
- Padre... -murmuró con profundo respeto, mirando al cabeza de familia. En el rostro de Lucius se leían las penalidades que había sufrido en Azkaban, pero el brillo orgulloso de sus ojos era el mismo.
- Draco, hijo mío... -murmuró Lucius, y, prescindiendo por una vez de la barrera que solía colocar entre él y su heredero, abrazó fuertemente a su hijo. Su único hijo, que, para sorpresa de todos, seguía vivo- Lo has conseguido...
Un carraspeo de Snape le interrumpió.
- Me temo que no, Lucius.
Narcissa dejó escapar un grito de horror. Lucius miró a Snape, atónito.
- ¿Qué has dicho, Severus?
Snape suspiró con pesadumbre.
- Que Draco no ha conseguido matar a Dumbledore. He tenido que ser yo quien lo hiciera.
Narcissa ahogó otro grito, y miró a su hijo. Lucius también clavó la mirada en Draco, pero, para sorpresa de éste, no le soltó.
- ¿Entonces? -murmuró, paralizado por el miedo- ¿Él lo sabe?
Severus dirigió una rápida mirada a la puerta.
- Aún no, pero tardará poco en saberlo -aseguró en tono monocorde.
Lucius se separó de su hijo, dejando que fuera Narcissa quien le estrujara entre sus brazos. Se acercó a Snape, jugueteando distraídamente con su bastón negro.
- En tal caso, todos sabemos lo que tenemos que hacer -murmuró, mirando pensativamente a Draco. Después desvió los ojos hacia Snape- me sorprende que hayas sido capaz de matar a Dumbledore.
Por primera vez en toda la noche, Snape pareció vacilar.
- Lo cierto es que Dumbledore y yo...
- ¡No sigas! -le interrumpió Lucius, alzando el bastón ante él- Cuanto menos sepa de los asuntos que os traíais Dumbledore y tú entre manos, mejor. Ahora lo importante...
Snape asintió.
- ... es salvar la vida de Draco -completó.
El rubio miró a uno y a otro, confuso.
- ¿Salvarme la vida? -preguntó-. Pero¿qué está ocurriendo aquí¡Se supone que he completado la misión!
Por primera vez en su vida, Lucius miró a su hijo y le sonrió. Y al igual que Harry se había sentido aterrorizado al escuchar suplicar a Dumbledore, el ver esa sonrisa cariñosa en el rostro de su estricto padre fue lo que realmente asustó al joven Malfoy y le convenció de que se había metido en un buen lío.
- No del todo, hijo. Eras tú quien tenía que matar a Dumbledore -explicó suavemente. Draco sintió cómo se le congelaba la sangre en las venas-. Eras tú, y no Severus. El Amo no admite semejantes errores. Él...
En ese momento, escucharon con claridad un rumor de voces y pasos provenientes de la escalera. Los tres adultos apenas tardaron un segundo en reaccionar. Con la rapidez de quien lo ha preparado todo de antemano, Narcissa se apartó de Draco, Snape se acercó a él y Lucius sacó su varita... y apuntó directamente a su hijo.
- ¡Eres la vergüenza de mi familia! -gritó lo suficientemente alto como para que todo el castillo le oyera- ¡No mereces llamarte Malfoy!
- ¡Lucius, déjale! -exclamó Narcissa, mirando a su marido.
- ¡El Amo ya le castigará convenientemente! -dijo Snape, interponiéndose entre ambos. En ese momento, la puerta se abrió, y Bellatrix, Fenrir, Crabbe y Goyle irrumpieron en el interior de la estancia, justo a tiempo para no perderse el final de la frase de Snape- ¡Tú no puedes usurparle ese derecho!
- ¡Severus tiene razón, Lucius! -gritó Bellatrix, llegando junto a su cuñado. Tras lanzar una desdeñosa mirada a su sobrino, al que tan sólo cinco minutos antes había confesado lo orgullosa que se sentía de él, se colocó delante de Lucius-. El Señor Tenebroso quiere ver a Draco. Vivo.
Lucius pareció hacer un enorme esfuerzo para dominarse a sí mismo. Inspirando profundamente. Guardó la varita. Después, miró a su hijo.
- Traidor -escupió, antes de rodear a una llorosa Naricissa entre sus brazos y hacerla salir de la habitación.
Draco se quedó paralizado, mirando fijamente el lugar por donde se habían marchado sus padres, hasta que la risotada de Fenrir Greyback le devolvió a la realidad.
- ¡Vamos, chico! -gruñó, empujándole hacia adelante- ¡buena te ha caído¡tendrás suerte si el Amo no te despelleja vivo!
Draco sintió como si el corazón le fuese a dejar de latir de puro miedo. Entonces, cruzó la mirada con Severus. El rostro de su padrino parecía una máscara de deshonra y desaprobación, pero algo más brillaba en sus ojos.
Sus palabras volvieron a resonar en su mente, claras y firmes. “Siempre estaré para ayudarte”. Y, con renovado valor, Draco Malfoy avanzó, irguiéndose en toda su estatura, marchando orgulloso y sin miedo al encuentro del mismísimo Innombrable.
- ¿Te entregaron? -interrumpió Harry sin poderse contener. Estaba tan sumergido en el relato de Draco que casi sentía en sus propias carnes el sufrimiento del rubio.
- ¡No seas estúpido, Potter! -exclamó el Slythrerin, poniendo los ojos en blanco- ¡por supuesto que no!
- Pero...
- Tal y como predijo mi padrino, Fenrir y los demás ya habían confesado que había sido Severus quien había matado a Dumbledore, y no yo. Quien-tú-sabes se puso furioso... -recordó Draco, reprimiendo un escalofrío- y mandó a mi tía Bella a buscarme.
- ¿Por qué no te protegieron entonces? -inquirió Harry.
- ¿Acaso eres idiota, Potter? -espetó Draco, frunciendo el ceño como si no pudiese creer lo estúpido que resultaba ser el Gryffindor-. Si se hubieran opuesto, nos habrían matado allí mismo. A los cuatro. Estábamos rodeados de mortífagos, y no había posibilidad de escapar, pues todos sabían ya que el Señor Tenebroso estaba disgustado conmigo.
Harry asintió, empezando a comprender. Draco desvió la mirada, y retorció sus manos con fuerza.
- No... Dejaron que tía Bella me llevara ante él... -cerró los ojos, sobreponiéndose al horrible recuerdo que venía a continuación.
- ¿Y qué hizo? -musitó Harry, intentando ser tan delicado como podía- ¿qué te hizo, Malfoy?
Cuando quiso darse cuenta, una de sus manos había tomado vida propia, acabando en el hombro de Draco. El rubio abrió los ojos y le miró. Con alivio, el Gryffindor comprobó que parecía sorprendido, pero no enfadado. Malfoy inspiró profundamente antes de seguir hablando.
- Me torturó durante horas -confesó en un susurro, y fue como si un jarro de agua fría se hubiera derramado sobre Harry. Contempló al Slytherin, paralizado, intentando imaginar, sin conseguirlo, lo horrible que debía haber sido aquello para Draco-. Voy a ahorrarte los detalles, aunque puedes imaginártelos. Me tuvo allí toda la noche, rodeado de su más selecto círculo de mortífagos. Todos tuvieron la oportunidad de lanzarme una maldición... todos...
- ¿Y tu padre?
Draco asintió con la cabeza.
- Él también. Se suponía que estaba furioso... tuvo que ensañarse especialmente conmigo, tanto que hasta el mismísimo Amo le ordenó que parara.
La mano de Harry se había ido deslizando por la espalda de Draco, aunque ninguno de los dos lo advirtió. El moreno estaba completamente sobrecogido por la historia, y el rubio tenía la mente perdida entre sus recuerdos.
- ¿Y cómo escapaste¿cómo conseguiste sobrevivir? -preguntó, empezando a ver con otros ojos al derrotado Slytherin. Al fin y al cabo, había salido ileso de una tortura que le había costado la cordura a muchos grandes magos como los Longbottom.
- Mis padres y Severus lo tenían todo planeado -explicó Draco con voz cansada-. El Señor Tenebroso quiso retirarse a descansar en cuanto amaneció, y decidió que me mataría esa misma noche. Severus había salido fortalecido tras el incidente en Hogwarts, y el Amo le había otorgado su total confianza. Así que él... mis padres se introdujeron en mi calabozo, y Snape corrió a advertirle a Quien-ya-sabes de que los Malfoy estaban intentando ayudar a escapar a su hijo.
- ¿Qué? -exclamó Harry.
- Él bajó, y esta vez sí que estaba verdaderamente enfadado, sobre todo con mi padre. Se los llevó de allí, y, sin esperar más tiempo, los torturó y los asesinó lentamente, haciéndoles sufrir. Yo... yo escuché sus gritos de agonía desde mi celda...
Durante un segundo pareció que el Slytherin iba a derrumbarse. Después, apretando con fuerza el bastón de Lucius, se sobrepuso.
- El plan salió a la perfección. Ninguno de los mortífagos quiso perderse el espectáculo de ver cómo caían en desgracia los Malfoy. Y el Lord en persona ordenó a Severus que me vigilara mientras él se encargaba de torturar a mis padres.
- ¿Severus te ayudó a escapar? -adivinó Harry, sorprendido.
- Sí -murmuró Draco, dejando escapar un hondo suspiro-. Nadie desconfiaba de él, y la mayoría de los mortífagos estaban distraídos. Severus me ayudó a salir de allí, aunque no pudo detenerse el tiempo necesario para curarme, me llevó a la salida, me dio el bastón de mi padre para ayudarme a caminar, y me ordenó que viniera aquí, a La Madriguera.
- ¿Y no había mortífagos vigilando la entrada? -preguntó Harry, suspicaz.
- Ya te he dicho que ninguno quiso perderse la tortura de mis padres -gruñó Draco. Harry se apresuró a asentir, no queriendo provocar la cólera del Slytherin, pero le pareció que éste se ponía a la defensiva.
De nuevo el silencio cayó entre ambos. Harry no sabía qué decir, y Draco se preguntaba a sí mismo por qué se había confesado de esa forma con Harry... por qué no se había ceñido a la historia que llevaba preparada de antemano.
- Lo siento -rompió al fin su mutismo Harry, mirando a Draco. Y, cuando éste ladeó la cabeza y sus ojos se encontraron, el Slytherin parpadeó, sorprendido.
En el rostro de Harry no se reflejaba la compasión que Draco tanto había temido, y desdeñado. No. En cambio, el moreno parecía más bien...
- ¿Esa mirada es de admiración, Potter?
El aludido se encogió de hombros.
- Sobreviviste a la tortura de Voldemort -se apresuró a explicarse-. Yo apenas he estado unos minutos en su presencia, y, si te digo la verdad, estaba muerto de miedo.
- ¿Y te crees que yo no? -replicó el Slytherin en un tono extrañamente sincero-. No habría salido con vida de allí de no ser por mis padres y por Snape... reconocerás que mi padrino resultó ser valiente, al final -añadió, recordando el reproche que Harry le había hecho a Snape la noche de su huida.
- Snape mató a Dumbledore, Malfoy -replicó fríamente Harry, mirando a Draco.- Eso no cambia las cosas.
Pero, en su interior, tenía que reconocer que no era así. Algo había cambiado en su manera de pensar. Porque Snape había matado a Dumbledore... para proteger a Draco. Y eso, de alguna forma, hacía menos abominable el crímen.
Draco se encogió de hombros. En ese momento, sintió un peso desconocido sobre su espalda. Sólo entonces se percató de que el brazo de Harry llevaba un buen rato rodeando su cuello.
- ¿Afán de consolar, Potter? -ironizó, llamando la atención del moreno, quien inmediatamente dejó de abrazarle y se sonrojó ligeramente- ¿ni siquiera en vacaciones dejas a un lado tus instintos Gryffindor?
Sin embargo, como ya ocurriera en el interior de la casa cuando Harry había olvidado soltarle, no parecía en absoluto enfadado. El Gryffindor, azorado, levantó la cabeza para disimular su vergüenza, y vio que el tiempo había pasado rápidamente. El sol empezaba a declinar y dentro de pocas horas sería de noche.
Al mirar distraídamente a los aros de quidditch se le ocurrió una idea. Se puso en pie.
- ¡Espérame aquí, Malfoy! -ordenó, mirando a un sorprendido Draco.
- ¿Adónde vas? -inquirió Draco, pero Harry ya había echado a correr, desapareciendo en el interior de la casa.
Menos de cinco minutos después, volvió a aparecer ante el intrigado Slytherin. Que se quedó todavía más asombrado al ver lo que Harry llevaba entre las manos.
- Apuesto a que hace tiempo que no montas en escoba -dijo Harry con una sonrisa, apoyando la Saeta de Fuego en el suelo.
Draco le miró boquiabierto.
- Espera, a ver si lo entiendo¿me estás invitando a dar una vuelta en tu escoba? -preguntó, poniéndose en pie a duras penas con la ayuda del Gryffindor.
- Estoy buscando algo con lo que podamos matar el tiempo -corrigió Harry-. A mí me encanta volar, y, aunque este año hayas pasado del quidditch completamente, presupongo que a ti también te gusta. Si tus heridas no te lo impiden... -terminó, balanceando tentadoramente la escoba.
Draco frunció el ceño, extrañado por su actitud.
- Eres raro, Potter.
- Y tú tienes miedo de comprobar que has perdido aptitudes después de tanto tiempo sin entrenar -replicó Harry en tono malicioso.
- ¡En tus sueños! -rezongó Draco, y, sin pensarlo, le arrebató su escoba a Harry. El moreno no se opuso, y, antes de que pudiera darse cuenta, Draco ya había pasado la pierna por encima y había dado una patada en el suelo con el pie sano.
Al instante se arrepintió. Potter tenía razón, la falta de entrenamientos iba a pasarle factura, admitió mientras se elevaba y mantenía el equilibrio a duras penas.
- ¡La pierna, Malfoy! -le llegó, algo apagada, la voz de Harry desde el suelo.
Al instante comprendió a qué se refería. La pierna dañada, que no podía flexionar como acostumbraba, le estaba desequilibrando. Movió el cuerpo imperceptiblemente hacia un lado para compensarlo, y así recuperó la estabilidad.
Harry suspiró aliviado, mirando las evoluciones de Draco. Por un instante casi había temido que el rubio se cayera... pero, a medida que la escoba adquirió velocidad, sonrió despreocupado: era evidente que Draco se estaba reencontrando con su antigua afición.
El rubio cerró los ojos, dejando que el viento le azotara en el rostro. Después de tanto tiempo de encierro, la sensación era... indescriptible. Volvía a tener el pleno dominio de la Saeta de Fuego, y en aquél momento comprendía por qué Harry atrapaba siempre la snitch antes que él, montando encima de aquella maravilla de escoba.
Tras un par de vueltas por el jardín de los Weasley, descendió. Borró su sonrisa al ver a Harry, pero el brillo excitado de sus ojos le delataban.
- Buen vuelo, Malfoy -admitió el Gryffindor, alcanzándole el bastón a Draco para que se apoyara en cuando tocó el suelo.
- Tienes una buena escoba -respondió Draco, entregándole la Saeta de Fuego-. Gracias por dejármela.
Harry no dijo nada. Ambos sabían mejor que nadie lo que significaba la escoba para un buscador, máxime cuando era una tan buena como la Saeta de Fuego. Que Harry se la dejase a Draco, quien precisamente había sido su archienemigo en los terrenos de juego, era un gesto muy significativo.
- ¡Harry!
Los dos se giraron al mismo tiempo, sobresaltados. Claro que su sorpresa no era nada comparada con la que se reflejaba en los rostros de Ron y Hermione.
- Hemos visto al hurón volando con tu escoba -explicó rápidamente Ron, acercándose, aunque manteniendo la distancia con Draco-. ¿No te la habrá robado!
- ¡Estúpida comadreja, yo no soy un lad...! -gritó Draco, haciendo ademán de ir al encuentro del pelirrojo, pero Harry le detuvo asiéndole del brazo.
El gesto no pasó desapercibido a sus amigos, que cruzaron una mirada de desconcierto. Tampoco se les escapó el detalle de que Draco obedeciera la orden silenciosa de Harry sin protestar, aunque fulminando al Weasley con la mirada.
- Yo le he dejado mi escoba a Malfoy -aclaró Harry, soltando a Draco y dando un paso al frente.
- ¿Qué?
- Ya lo has oído -replicó el moreno, cuidándose mucho en dejar patente su enfado con Ron y Hermione.
Ronald Weasley advirtió la frialdad de Harry, y se giró hacia Draco, furioso. El rubio, como siempre que se enfrentaba a él, alzó la barbilla y le lanzó una estudiada mirada de indiferencia.
- Y tú veo que ya te has decidido a dejar de atrincherarte en mi habitación.
- La verdad es que tus posters de los Cannons ya me dañaban la vista -replicó Draco, haciendo uso de su lengua mordaz-. Aunque¿qué se podría esperar? Un perdedor hincha de un equipo de perdedores.
- ¡Ron! -gritó Harry, al ver que su amigo apretaba los puños-. Malfoy -advirtió girándose hacia el rubio, aunque en un tono mucho menos severo que el que había utilizado con Ron.
Ambos se miraron durante unos segundos, estudiándose mutuamente. Ron era más alto y corpulento que Draco, y además estaba en plenas condiciones físicas. Pero Malfoy no se arredaba; a falta de varita, sopesaba entre sus manos el pesado bastón de Lucius. Después de sobrevivir a Voldemort, no estaba dispuesto a tenerle miedo a nadie, y mucho menos a Ron Weasley.
El enfrentamiento no llegó a cuajar, pues Hermione, saliendo al fin del segundo plano en el que voluntariamente se había exiliado, agarró firmemente a Ron, haciéndole retroceder. Y Harry volvió a coger a Draco del brazo, pues lo veía muy capaz de liarse a bastonazos con el pelirrojo.
- No entiendo qué haces aquí con él -musitó Ron con voz dolida, al ver lo rápido que había progresado, al menos en apariencia, la relación entre ambos.
- Pues es fácil de comprender -respondió Harry sin dejarse conmover por la expresión de su mejor amigo-. Él estaba solo, y yo también -terminó, mirándoles significativamente a ambos.
Ronald Weasley tuvo la decencia de fingirse avergonzado. Hermione, sin embargo, parecía casi aburrida por la escena, y su expresión no se alteró.
En ese momento, un grito interrumpió el breve altercado. La voz penetrante de Molly Weasley se alzó y llegó a todos los rincones de La Madriguera.
- ¡Chicos¡¡A cenar!
La tensión se disipó al instante. Hermione aprovechó la ocasión para arrastrar a Ron hacia la casa. Harry esperó un tiempo prudencial para hacer lo mismo con Malfoy.
- ¿Lo que has dicho es verdad?
Dio un respingo. La pregunta de Draco le había sobresaltado, ensimismado como estaba pensando en sus dos amigos. Parpadeó y miró al rubio, confuso.
- ¿El qué?
- ¿Viniste a hablar conmigo sólo porque te sentías solo? -preguntó Draco en tono levemente acusador- ¿Porque esos dos estaban en plan parejita y no te hacían caso?
Harry desvió la mirada. No sabía qué decir. Porque en parte él tenía razón... y en parte se equivocaba. Había más razones aparte del simple aburrimiento y la soledad. Pero eran, de momento, inconfesables.
- ¿Importa eso? -respondió en tono evasivo.
Draco esperó unos segundos, y después se encogió de hombros.
- Supongo que no.
- Entonces¿entramos? -preguntó el Gryffindor, echándose la escoba al hombro.
Malfoy asintió con la cabeza. Empezó a andar, todavía algo lento debido a la pierna, aunque bastante más rápido que antes de salir de la habitación. Harry caminó a su par, y, juntos, entraron en La Madriguera.
Dos días después, Draco Malfoy volvió a despertarse con las primeras luces del alba. Pero, por una vez, no le importó.
Se incorporó en la cama, desperezándose al mismo tiempo que observaba el lecho contiguo, donde dormía profundamente el Gryffindor. Sonrió para sí. Harry todavía tardaría una hora en despertarse, con suerte. Pero mientras, él tenía, por fin, algo que hacer.
Se inclinó y cogió un libro que había dejado sobre la mesilla de noche. Pociones Avanzadas, séptimo curso, rezaba en la portada. Uno de los viejos libros de los hermanos Weasley, que Harry había conseguido rescatar para él de un arcón del trastero. A falta de otra lectura más interesante, Draco, que era un fanático de las Pociones, se entretenía leyendo el libro cuando no tenía otra cosa que hacer... cuando Harry no estaba con él.
Abrió una página al azar, aunque su mente no se concentró inmediatamente en las propiedades avanzadas de la madreselva. Estaba demasiado ocupado rememorando los días pasados... sonrió de nuevo al recordar la cara que habían puesto todos esa noche, al verles entrar a los dos juntos. El rostro de Lupin era un poema, y hasta los gemelos se habían quedado con la boca abierta. Por primera vez no hubo discusiones acerca de quién se sentaría junto a Draco; el sitio fue ocupado por Harry, que renunció así a la compañía de Ron y Hermione.
Draco se sentía feliz, pero, al mismo tiempo, no podía evitar que una vocecilla a la que procuraba no escuchar muy a menudo, le advirtiera de que Harry sólo se comportaba así para fastidiar a Hermione, y, sobre todo a Ron. Pero, estuviera movido por la venganza o no, lo cierto es que disfrutaba de su compañía.
Pasó la página. El día anterior, Ron había vuelto a insistir a Harry para que jugaran al quidditch. El Slytherin aún recordaba la cara de estupor del moreno ante la desfachatez de Weasley. Sin embargo, Harry había asentido... girándose inmediatamente hacia él para invitarle a participar.
La sonrisa triunfal de Ron se había congelado, convirtiéndose en una mueca de disgusto. Pero, por una vez, Draco había renunciado a fastidiar al pelirrojo. Lo cierto es que no se veía montado en una de las escobas de la familia, jugando con Harry, Ron y Hermione. No; una cosa es que hubiera hecho las paces con Potter, y otra acabar jugando en el jardín con la comadreja y la sangre-sucia. Ni hablar.
Ante su insistencia, Harry se había conformado con dejarle de nuevo encerrado en la habitación... no sin antes proporcionarle el ejemplar de Pociones Avanzadas. El brillo de los ojos de Draco fue más elocuente para él que las palabras de agradecimiento que a duras penas balbuceó el rubio, no muy acostumbrado a semejantes ceremonias.
El almuerzo de ese día resultó la comida más agradable que Draco había disfrutado desde que llegara a La Madriguera. Lo cuál no era mucho decir, pues ahora, además de la indiferencia de todos, tenía que soportar las miradas de odio de Ron. Pero Harry volvía a estar a su lado, conversando con él en voz baja, y paliando, de alguna forma, su soledad.
Al terminar de comer Ron volvió a pegarse a Harry como una lapa. Pero el moreno se escabulló hacia arriba con Draco, con la excusa de ayudarle a subir las escaleras, y disfrutó siendo él quien, por una vez, dejara al pelirrojo plantado con un par de narices.
- ¿De qué te ríes? No me digas que Percy escribía chistes en los márgenes de los libros...
Draco dio un bote en la cama, sobresaltado.
- ¡Potter! -exclamó, llevandose la mano al pecho, donde el corazón latía de forma desbocada- ¡me has dado un susto de muerte¿cuánto hace que estás despierto?
- Un rato -confesó Harry, incorporándose en la cama- pero estabas tan mono, leyendo en la cama y riéndote tu solo, que no quise molestarte.
Estabas tan mono. ¿Por qué no pensaba lo que iba a decir antes de abrir su bocaza? Mas Draco simuló no haberlo oído, y Harry simuló no haberlo dicho. Afortunadamente, las voces de los gemelos Weasley se filtraron por las rendijas de la puerta, rompiendo el tenso momento.
- ¿Bajamos ya? -preguntó Harry, poniéndose en pie.
Draco puso los ojos en blanco, armándose de paciencia.
- Potter -murmuró en tono de advertencia.
- Ni Potter ni nada -replicó Harry sin dejarse intimidar, arrancando el libro de manos de Draco y soltándolo encima de su propia cama-. Ya sé que preferirías quedarte aquí leyendo ese libro tan divertido, pero me temo, Malfoy, que ni siquiera un aristócrata sangre limpia como tú puede prescindir todavía de comer para seguir viviendo.
- Ya como -murmuró Draco a la defensiva.
- Sí, claro, dentro de poco estarás como mi primo Dudley -masculló Harry, inclinándose para coger el bastón-. O te levantas, o te levanto a bastonazos -amenazó, y, a pesar de su sonrisa bromista, Draco advirtió que era perfectamente capaz de hacerlo.
Con un gruñido de disgusto, se incorporó, y le arrebató el bastón a Harry para apoyarse en el suelo.
- ¿Satisfecho, Potter? -preguntó, levantando una ceja.
El Gryffindor le devolvió una sonrisa triunfal.
- Mucho, Malfoy -respondió, dirigiéndose hacia la puerta. La abrió, y esperó a que el rubio llegara a su altura-. Después de ti.
- Accedí a ser tu amigo, no a que copiaras mi sarcasmo -puntualizó Draco, saliendo al pasillo. Harry cerró la puerta a sus espaldas.
- Algo me tenías que pegar¿no? Yo te enseño a volar bien, y tú...
- Potter -advirtió Draco alzando peligrosamente el bastón, y él tampoco bromeaba.
Harry levantó ambas manos, dándose por vencido, aunque no pudo contener una risa. El Slytherin le ignoró, y llegó antes que él al pie de las escaleras. Allí, se sujetó a la barandilla con una mano, mientras esperaba a que Harry llegara junto a él.
Segundos después, sintió cómo el Gryffindor le quitaba el bastón y le cogía del brazo.
- ¿Cómo andas? -preguntó, al tiempo que ambos empezaban a descender las escaleras.
- Algo mejor -respondió Draco. Mucho mejor, en realidad. Pero, con una rapidez asombrosa, se había acostumbrado a la idea de que Harry le ayudase a bajar las empinadas escaleras de La Madriguera.
Y al Gryffindor tampoco le disgustaba ese pequeño ritual diario. Ni siquiera cuando llegaba al piso superior y notaba todas las miradas fijas en su nuca. Después de dos días de extraña amistad con Draco, poco le importaba ya lo que los demás pensaran.
Para su propia sorpresa, ambos habían congeniado con una rapidez casi asombrosa. Más exacto habría sido decir que Draco se había agarrado a él como a un clavo ardiendo. Después de semanas sin cruzar una sola palabra amable con nadie, no sólo había aceptado relacionarse con Harry; se había abierto hacia él como no recordaba haberlo hecho con nadie. El Gryffindor era el primer sorprendido al ver que, tan sólo dos días después, Draco y él se trataban ya con más confianza que la que el Slytherin había tenido jamás con cualquiera de sus compañeros de casa. Y, aunque no conocía la razón por la que Draco Malfoy, su antiguo enemigo, había decidido ser así de amable con él, lo cierto es que no le disgustaba. Más bien, estaba encantado con ello.
Al fin llegaron abajo, y Harry soltó el brazo de Draco y miró hacia la mesa de la cocina mientras éste volvía a apoyarse en el bastón. Le sorprendió ver un hueco allí, y entonces recordó que Ginny seguía en casa de Luna. Se había ido el día anterior, y Harry no había notado demasiado su falta. Había estado demasiado ocupado, intentando ganarse la confianza del Slytherin que dormía en su misma habitación.
- ¡Malfoy¡¡Malfoy!
Draco despertó, zarandeado suavemente por alguien... cuando abrió los ojos, se encontró con el rostro de Harry a escasos centímetros del suyo, inclinado sobre la cama.
Se incorporó de golpe, sintiendo la camiseta del pijama pegada a su piel empapada de sudor... Harry se enderezó, observándole analíticamente.
- ¿Qué pasa?
- ¿Que qué pasa? -respondió el moreno, mirándole- ¿qué demonios estabas soñando? Por la forma en la que te movías parecía que te estaban torturando en sueños...
Se interrumpió, sintiendo que había dicho algo inapropiado. Pero Draco no le escuchaba. ¿Que qué había estado soñando? Se cubrió el rostro con las manos, apartándose el pelo mojado que se le había adherido a la frente. Había soñado con Potter... con lo que esa alimaña le haría a Potter si lo pillara...
- No lo recuerdo -mintió. No era momento de explicarle a Harry cómo su sentimiento de culpabilidad le atacaba en mitad de la noche. Quizá nunca lo fuera.
Harry suspiró, mirando su reloj de cuerda.
- Son las tres de la mañana -murmuró en tono cansado.
- Lo siento -respondió Draco, mirándole.
- No lo digo por mí, sino por ti. Yo estaba despierto -replicó Harry. Después, le miró durante unos segundos con expresión indescifrable. Acababa de ocurrírsele una idea, una idea un tanto extraña, pero... De repente, se llenó los pulmones de aire, como armándose de valor, y se sentó en el borde de la cama- Échate a un lado.
- ¿Qué! -exclamó Draco, atónito.
- Que me dejes sitio -repitió Harry sin vacilar, aunque tuvo que hacer un gran esfuerzo para dominarse. Le aterrorizaba la idea de que Draco pudiera rechazarle.
- Quieres... ¿dormir conmigo? -preguntó el rubio, tan sorprendido que ni siquiera se le ocurrió ninguna réplica irónica e ingeniosa.
- Tienes pesadillas porque tienes miedo -explicó sencillamente Harry, encogiéndose de hombros-. Y la gente suele tener menos miedo cuando duerme acompañada.
- ¿En serio crees que funcionará? -respondió Draco, alzando una ceja.
- Eso espero. Y si no funciona... por lo menos no tendré que levantarme de mi cama cada dos horas para despertarte.
Creyó que Draco iba a echarlo con cajas destempladas, pero, para su sorpresa, el rubio se pegó a la pared, dejándole sitio para acostarse. No era una cama doble, pero sí lo suficientemente ancha para los dos, y Harry se acostó al lado de Draco, maravillándose aún de que sus argumentos hubieran logrado convencer al rubio. Aunque ésta vez no le había mentido. Si existía la más mínima posibilidad de que Draco pudiera dormir una sola noche de un tirón, sin pesadillas, Harry estaba dispuesto a intentarlo. Le dolía ver al Slytherin retorciéndose entre sueños, probablemente asaltado por los fantasmas que había creído dejar atrás en la guarida de Voldemort.
Draco se dio la vuelta, intentando no tocar a Harry. El contacto con el moreno siempre le perturbaba, pero, en esa situación, sentía que era más de lo que podía soportar sin arriesgarse a perder completamente los papeles.
Harry no se movió. Tumbado boca arriba, se quitó las gafas y las dejó en la mesilla.
- Buenas noches, Malfoy -murmuró, cerrando los ojos.
- Buenas noches, Harry -le llegó, apagada, la respuesta, unos segundos después.
Harry tardó unos segundos en convencerse de que había escuchado bien.
- ¿Cómo?
El Slytherin se incorporó un poco, lo justo para mirarle. Aun sin gafas y en la oscuridad, Harry habría podido jurar que sonreía.
- Si vamos a dormir en la misma cama, más vale que me llames por mi nombre, Harry.
El moreno sonrió a su vez, encogiéndose de hombros.
- En tal caso... buenas noches, Draco.
- Hasta mañana, Harry.
Nota de la autora: aquí os dejo con, probablemente, el capítulo más largo que he escrito hasta la fecha. Ahora que ya son amigos, voy a intentar aligerar algo la trama. En este capítulo y en el anterior se dio a entender de forma bastante explícita, pero por si acaso aclaro: Draco ya está enamorado de Harry desde hace tiempo, por eso le acepta tan bien. Más adelante incidiré en ese tema, de momento ahí lo dejo por si a alguien le parecía raro que nuestro aristócrata se abriera tan rápidamente a la amistad con Harry. Aunque hay varias cosas que no son lo que parecen, ya lo iréis descubriendo. Como siempre, gracias por leer y espero vuestros comentarios :-)
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