La sombra de Draco Malfoy

La sombra de Draco Malfoy



FIDELIO


Disclaimer: Harry Potter y sus personajes no me pertenecen a mí sino a JK Rowling, yo sólo se los tomo prestados porque tengo mucho tiempo libre y demasiada imaginación.

Advertencia: Este fic es Harry/Draco (es decir, chico/chico) y transcurre tras El Príncipe Mestizo. Léelo bajo tu responsabilidad.


Capítulo 2: La sombra de Draco Malfoy


Para cuando terminó su primer día de libertad en La Madriguera, Harry casi estaba deseando volver a Privet Drive con los Dursley.
Al principio se había divertido, no podía negarlo. Resultó emocionante relatar con pelos y señales, durante el desayuno, cómo la Orden del Fénix lo había sacado de la casa de sus tíos justo en el momento en el que cumplía los diecisiete años, la mayoría de edad en el mundo mágico. Después, aprovechando que gran parte de los hermanos Weasley estaban presentes, jugaron un entretenido partido de quidditch en los exteriores de La Madriguera. Harry lo disfrutó a pesar de la tensión que experimentaba cuando estaba cerca de Ginny, e incluso logró olvidar que su peor enemigo probablemente le estaba observando desde la ventana de “su” habitación. Sí, ni siquiera la sombra de Draco Malfoy le impidió divertirse aquella mañana, pues el disgusto ocasionado por la desagradable sorpresa se mezclaba con el profundo alivio de saber que jamás tendría que volver a poner un pie en el número cuatro de Privet Drive.
El almuerzo también fue entretenido, aunque por diferentes causas. Esta vez sí, Draco tuvo que bajar a comer. El Slytherin apareció en la cocina con la cabeza gacha, y se sentó en una esquina de la mesa, intentando llamar la atención lo menos posible. Precaución innecesaria, pues, como Harry advirtió con cierta malicia, ninguno de los Weasley le dirigió siquiera una mirada al joven mortífago. Casi se podría haber pensado que para ellos Malfoy era invisible, si no hubiera sido porque la señora Weasley, con una mirada de desdén, le colocó un plato frente a la nariz. En ese momento Ron le dirigió una sonrisa cruel, que Harry no pudo evitar compartir. No dejaba de ser una novedad ver a Malfoy fuera de su terreno, rodeado de gente que no le apreciaba y absolutamente incómodo, y Harry, que todavía tenía fresca en la mente la imagen del Slytherin apuntando a Dumbledore con la varita, saboreó con deleite su venganza. Cuando una vocecilla en su interior le recriminó que se alegrara de la desgracia de Draco, Harry se limitó a enumerar mentalmente todas las trastadas que el cabecilla de la casa de las serpientes le había jugado en los últimos seis años.
En apenas cinco minutos, Draco apuró el contenido de su plato. Comía con desgana, pero al mismo tiempo se mostraba más meticuloso y envarado que nunca, como si sus esmerados y finos modales pudieran formar una barrera que le aislase del resto de la bulliciosa y desordenada familia a la que tanto despreciaba. Cuando terminó, su estómago aún rugía, pero nadie le ofreció que repitiera la ración, y él estaba más que dispuesto a dejarse cortar la mano derecha antes de mendigar comida de esa forma a los Weasley. Su orgullo había sufrido un varapalo tras otro desde el fatídico día en el que Dumbledore había muerto, pero aún quedaba una chispa, la pizca de dignidad que le mantenía con vida y que le hacía seguir siendo él. Era un Malfoy, y, si no era capaz de seguir comportándose como tal, más le valía estar muerto.
Así que Draco se puso en pie, siendo completamente ignorado por el resto de comensales, y sin decir una palabra, abandonó la cocina en un breve trayecto durante el cuál intentó como pudo disimular la leve cojera que aún le impedía caminar con normalidad… aunque con ello aumentasen considerablemente las punzadas de dolor que le enviaba su maltrecha pierna, mordiéndose los labios hasta hacerse sangre para evitar gritar.
Harry le siguió con la mirada, y, en ese momento, supo que, definitivamente, había vencido a Malfoy. La eterna lucha que se había iniciado seis años atrás cuando un huérfano de once años le negara su amistad a un mimado pequeño aristócrata, había culminado allí, en La Madriguera, con Harry saboreando su recién estrenada libertad mientras Draco era una sombra de sí mismo, herido, sin familia, y vistiendo las viejas ropas de Percy Weasley. Harry se sorprendió a sí mismo pensando que ya no merecía la pena seguir odiándole. Pero, en ese momento, las risas de los gemelos le sacaron de su ensimismamiento, y rápidamente volvió a sumergirse en las apasionantes anécdotas sobre dragones que en ese momento Charlie estaba relatando para diversión de todos los presentes.

Pese a todo, a media tarde su alegría había desaparecido casi por completo.
Todo empezó cuando, mientras ayudaba a la Sra. Weasley a quitar la mesa, vio por el rabillo del ojo que Ron y Hermione se escabullían disimuladamente hacia el exterior de la destartalada casa. No le dio mayor importancia, y, minutos después, salió al jardín en su busca, dispuesto a pasar la tarde con sus dos mejores amigos rodeado de sus típicos juegos y bromas, disfrutando de la breve paz con la que contaban antes de que tuvieran que sumergirse de nuevo en una lucha que podía resultar mortal para los tres.
Entonces, los vio. Estaban parapetados tras un árbol, ocultándose a la vista de la casa, y, por la pasión con la que se besaban, parecía que temieran que, de un momento a otro, Voldemort en persona apareciese en La Madriguera para matarles a todos.
En aquél instante, Harry entendió plenamente lo que significaba que sus dos amigos estuvieran saliendo. Ya no eran el trío Gryffindor; ahora ellos dos formaban una pareja, y, lógicamente, deseaban estar el mayor tiempo posible juntos.
A solas.
Ni siquiera se molestó en interrumpirles, y ellos ni siquiera se percataron de su presencia. Silenciosamente Harry dio media vuelta y se alejó de allí. Ahora entendía las miradas que sus dos mejores amigos se habían lanzado durante toda la mañana, la forma en la que sus manos se buscaban y los cuchicheos en voz baja. Recordó que hacía tan sólo un minuto había pensado que tenía que aprovechar al máximo el tiempo que les quedaba juntos. Bien, a todas luces ellos opinaban exactamente igual. Pero en su idea de aprovechar el tiempo no estaba incluido Harry. Sencillamente, él sobraba.
Intentando animarse a sí mismo, buscó a alguno de los hermanos Weasley. Pensó que quizá Fred, George y Charlie querrían jugar con él al quidditch, o simplemente charlar mientras echaban unas partidas al snap explosivo. Y se encontró con que, pasada la euforia inicial por su llegada, los tres tenían mejores cosas que hacer. Fred y George eran ahora empresarios en potencia, y estaban en su habitación resolviendo una interminable lista de nuevos pedidos. En cuanto a Charlie, se había sentado en la mesa de la cocina, leyendo un denso y sesudo libro sobre las enfermedades más comunes de los dragones, mientras tomaba notas a vuelapluma. Era evidente que ninguno de los tres tenía tiempo para perderlo con él.
Descartada Ginny por razones obvias, buscó a Remus. Y encontró al licántropo en el salón, conversando en voz baja con Molly mientras miraba con expresión hosca el hueco de la escalera y lanzaba ocasionales gruñidos. A Harry no le costó mucho adivinar que estaban hablando de Malfoy.
Muerto de curiosidad, no pudo evitar quedarse un rato en el umbral de la puerta, observándoles sin que ellos se dieran cuenta. Incluso a pesar de que se había divertido al ver a su peor enemigo sufrir su humillación, tenía que reconocer que se sentía confuso. Le chocaba ver a Remus y a Molly destilando tanto odio hacia alguien, sobre todo cuando ese alguien apenas sobrepasaba los diecisiete años. Aguzando el oído, escuchó decir a Molly que, si no fuera por el testamento de Dumbledore, ella misma habría echado ya a patadas a Draco Malfoy de allí.
- Si hubiera muerto en mitad del bosque nos habría ahorrado trabajo a todos –masculló Lupin en tono cruel.
Aquello sobresaltó a Harry, haciéndole dar un paso hacia atrás. ¿Lupin deseándole la muerte a Malfoy? Le observó durante unos segundos, incrédulo. Después, decidió que, definitivamente, Remus no era ese día la mejor compañía. Escabulléndose de allí, fue a buscar al único que le quedaba: el señor Weasley.
Encontró a Arthur en su cobertizo, tan entusiasmado admirando un artefacto muggle que saludó distraídamente a Harry sin dejar de darle vueltas entre sus manos.
- ¡Ah, hola Harry! ¿Sabes que es esto?
El aludido miró con desgana el pequeño objeto que le mostraba Arthur.
- Un teléfono móvil, señor –contestó sin dudar, recordando el modelo de última generación del que tanto presumía Dudley aquél verano.
- ¿Un teléfono móvil? –repitió Arthur, asombrado- ¡Fascinante! ¡Estos muggles nunca dejarán de sorprenderme!
Mientras Arthur toqueteaba con deleite cada una de las teclas del pequeño teléfono, Harry se dejó caer pesadamente en una desvencijada silla, pensativo. Estaba tan ensimismado que ni siquiera se dio cuenta de cuándo dejó de escuchar los extasiados comentarios de Arthur, y se llevó un susto enorme cuando el pelirrojo rostro del señor Weasley apareció de repente en su campo de visión.
- ¿Algún problema, Harry? –preguntó, frunciendo el ceño. Con aire distraído soltó el inservible teléfono encima de su mesa. Era evidente que algo perturbaba al mejor amigo de su hijo Ron.
Harry le miró, dubitativo. Había ido allí con la esperanza de entretenerse un rato con los alocados cacharros embrujados que el señor Weasley guardaba en su cobertizo. No estaba preparado para hablar de lo que sentía, y se quedó unos instantes en silencio, mientras intentaba encontrar una forma de expresar con palabras lo que le estaba pasando.
Pero Arthur pareció comprender. Sonrió condescendientemente, e inclinó el cuerpo hacia Harry.
- No hace falta que me lo digas, yo también he pasado por esa etapa –aseguró el señor Weasley en tono confidencial y a la vez comprensivo-. Desde el momento en el que tu mejor e inseparable amigo se echa una novia, nada es lo mismo, te lo aseguro. Aunque en tu caso debe de ser especialmente grave –añadió en tono resignado- pues su novia también es tu mejor amiga.
Harry asintió, algo azorado. Era evidente que Arthur Weasley no tenía ni idea de que Hermione no era la primera novia de Ron, y a Harry no le costó imaginarse que su mejor amigo prefería hablar lo menos posible de su desafortunada relación con Lavender para no enfadar a Granger. Sintió una instantánea corriente de empatía hacia el señor Weasley, aunque, realmente, hacía mucho tiempo que ansiaba y temía el momento en el que Ron y Hermione confesaran por fin lo que sentían el uno por el otro. Porque siempre había querido verles juntos, sí, pero al mismo tiempo había algo dentro de él que ya presagiaba que, cuando eso sucediese, dejarían de ser un trío de amigos para convertirse en una pareja.
Realmente, y a pesar de la incomodidad que le producía, no era eso lo que más le preocupaba. Sacudió la cabeza.
- No es sólo por Ron y Hermione…
- ¿Ah no? –exclamó Arthur, sorprendido.
El Gryffindor evadió su mirada, sin saber muy bien cómo iba a plantearle la cuestión.
- Es… -balbuceó, algo confuso- es por Lupin y… por su esposa…
Escuchó como única respuesta un hondo suspiro del cabeza de familia. Cuando volvió a levantar la mirada, Arthur había cruzado los brazos y apretado las mandíbulas en un gesto de evidente disgusto.
- Ah, ya –murmuró, asintiendo enérgicamente con la cabeza- eso.
Harry esperó a que añadiera algo más, temiendo haberse mostrado demasiado atrevido. Sin embargo, Arthur sacó su varita y dirigió una furtiva mirada a la puerta.
- Fermaporta –musitó.
La puerta del cobertizo se cerró violentamente. Para alivio de Harry, su rostro se relajó al tiempo que dejaba de nuevo a un lado su varita.
- Así está mejor –murmuró, y, con ademán cansino, se dejó caer en un viejo taburete frente a Harry-. Verás, hijo, yo, como todos nosotros, admiraba muchísimo a Dumbledore… pero no te voy a negar que no tenía una relación demasiado estrecha con él. Molly, en cambio, le conocía bastante mejor… ¡y qué te voy a contar de Remus!
- ¿Adónde pretende llegar? –preguntó Harry, revolviéndose incómodo por el recuerdo de su recientemente fallecido director.
- Nunca es fácil superar la muerte de un ser querido, sobretodo cuando ha sido tan vilmente asesinado. Y lo que yo trato de hacerte comprender es que ni Molly ni Remus han superado todavía la muerte de Albus. Tienen que verter sobre alguien todo el dolor que sienten… y, como su asesino está bastante lejos, a quien culpan y odian es al chico.
- ¡¿Al chico?! –exclamó Harry, enderezándose bruscamente- ¡El chico es un mortífago ya adulto, y ayudó a los seguidores de Voldemort a entrar en Hogwarts, señor Weasley! ¡No lo olvide!
Arthur no respondió. En silencio, observó analíticamente a Harry y después se reclinó en su asiento. Después, alzó las cejas con ademán comprensivo.
- Ya veo. Tú tampoco lo has superado, Harry –dictaminó, al fin, con calma.
- ¿Qué tiene que ver eso? –replicó el Gryffindor, sintiendo que Arthur había tocado un punto sensible-. Malfoy es culpable, no importa si yo lo he superado o no, y, si quiere mi opinión, no tiene ningún derecho a estar aquí, con su familia.
Arthur suspiró, y se quitó las gafas para limpiarlas, un gesto típico que tenía como fin serenarse a sí mismo y a los que le rodeaban. Harry aguardó pacientemente, sintiendo su cólera apaciguarse por momentos, mientras el señor Weasley, con su parsimonia habitual, se volvía a colocar los anteojos.
- Harry, ¿sabes cómo llegó Malfoy aquí? –preguntó repentinamente, cruzándose de brazos- ¿sabes en qué estado le encontramos?
A su pesar, Harry se encontró a sí mismo sintiendo interés por cómo Malfoy había aparecido en la casa de los Weasley.
- ¿Le encontraron? Yo pensé que…
Arthur movió la cabeza, interrumpiéndole sin ceremonia alguna.
- Nadie fue a buscarle, y nadie le ayudó a salir de la guarida de Quien-tú-sabes. Escapó de sus mismas garras, y, quién sabe cómo, consiguió llegar hasta aquí. Hasta La Madriguera –puntualizó.
- ¿Y? –replicó Harry con aspereza.
- Y apareció arrastrándose en el jardín –explicó Arthur, vocalizando las palabras con una lentitud exasperante- medio muerto –recalcó-. No sé cuánto tiempo llevaba caminando, pero ni siquiera podía ya andar. Su pierna derecha estaba casi inutilizada, tenía el cuerpo lleno de heridas y marcas de cruciatus, y, cuando avisamos al sanador…
- ¿Qué? –exclamó Harry, sorprendido- ¿pero no se supone que Draco Malfoy está oficialmente en busca y captura?
- Lo está –replicó Arthur con una sonrisa astuta-. Pero llamamos a un sanador de confianza, al que habitualmente recurrimos los miembros de la Orden. Y… -hizo una significativa pausa, asegurándose de captar toda la atención del joven- cuando terminó de examinar a Malfoy, confesó que ni siquiera él se explicaba cómo podía seguir vivo.
Harry enmudeció, sorprendido. Le costó unos minutos imaginar la escena: Malfoy herido y sangrante, poco menos que moribundo, en el césped de los Weasley. Se le antojó absolutamente irreal, sobre todo cuando acababa de verle en la comida, quizá menos arrogante que de costumbre, sí, pero aún con ese brillo orgulloso en los ojos, la marca que anunciaba que seguía siendo un Malfoy de los pies a la cabeza.
- Pero ahora está bien… –respondió, aunque no muy convencido.
- No, Harry, no está bien –le contradijo Arthur suavemente-. Está fuera de peligro, sí, las heridas ya casi han cicatrizado, e incluso la pierna mejora poco a poco… Pero él no está bien, ha perdido varios kilos, apenas come, y, si sigue así, volverá a empeorar.
- Pues yo no le he visto tan mal esta mañana –protestó Harry, negándose a sentir compasión por Malfoy aunque lo cierto era que su defensa empezaba a resquebrajarse poco a poco a medida que el señor Weasley le informaba del estado en el que se encontraba realmente su enemigo.
- Tú apenas le has mirado –replicó Arthur con una breve mirada acusadora- estabas demasiado ocupado riéndote con Ron. Por supuesto, es un digno hijo de Lucius, y siempre que estamos nosotros delante se esfuerza por disimular su cojera y por aparentar que está perfectamente. Pero al medimago no se le puede engañar, Harry, y sus informes sobre la evolución de Malfoy no son alentadores... y, como comprenderás, no podemos llevarle a San Mungo…
Arthur suspiró y se puso en pie. Pensativo, se dirigió a la ventana.
- Si sigue así, morirá –dictaminó, y la sentencia, por alguna razón, hizo estremecerse a Harry- y me temo que nosotros tendremos la culpa.
- ¡¿Nosotros?! –exclamó el joven, incorporándose bruscamente.
- Sí, nosotros –repitió Arthur con aplomo-. Si estuviera algo más cómodo, tendría más ganas de vivir, de luchar. Si se pasa todo el día encerrado en esa oscura habitación, es porque es el único sitio donde no percibe las miradas de desagrado de mi familia.
- Señor Weasley, le recuerdo que estamos hablando de Malfoy –le contradijo Harry, intentando ignorar la punzada de culpabilidad que él mismo empezaba a sentir-. Él odia a su familia, me odia a mí, odia a Hermione y odia a cualquiera que no sea de su selecto grupo de aristócratas de sangre limpia.
- Sí, Harry, no lo olvido –asintió Arthur-. No olvido que durante seis años os ha hecho la vida imposible, y que su padre a punto estuvo de matar a Ginny… Quizá por eso yo tampoco hago nada por facilitarle su estancia aquí.
- Usted ya ha hecho bastante. Porque tampoco olvide tampoco que él metió a los mortífagos en Hogwarts –añadió Harry-. Que él provocó la muerte de Dumbledore.
Dijo esto último en tono amargo, pues, a pesar de que su muerte quedaba ya en el pasado, todavía le costaba admitir en voz alta que su querido director, su mentor, estaba muerto. Al hacerlo la compasión que empezaba a sentir por Malfoy desapareció como por arte de magia, y, al darse cuenta, no pudo menos que preguntarse a sí mismo si Arthur tenía razón. Si estaba descargando en Draco toda la frustración que sentía por la muerte de Albus Dumbledore.
El señor Weasley no contestó inmediatamente. Miró a Harry con expresión indescifrable, y apoyó ambas manos en su mesa, recargando su peso sobre ella, lo que provocó un ligero quejido de la madera. El muchacho le observó a su vez, cada vez más confuso.
- ¿Tú que habrías hecho, Harry? –preguntó en tono amable-. Imagínate que estás en la misma situación de Malfoy, que Quien-tú-ya-sabes ha amenazado con matar a tus padres…
- Yo no tengo padres –le cortó secamente Harry, ensombreciendo el rostro.
Si había pensado que eso haría desistir a Arthur Weasley, se equivocó. El hombre le devolvió una sonrisa amable, y siguió hablando.
- Pero imagínate que Lily y James estuvieran aún vivos. Imagínatelo por un segundo. Y que el Innombrable te encargara una misión bajo la amenaza de matar a ambos. Ponte en el lugar de Draco Malfoy y responde, Harry, ¿tú qué harías?
Harry se quedó mudo. Durante un instante, barajó la posibilidad de decirle a Arthur que jamás cedería al chantaje de Voldemort, que jamás atentaría contra al vida de Dumbledore…
Entonces los rostros de sus padres se le aparecieron en su mente, y comprendió que, de estar en su misma situación, habría hecho lo mismo que Draco Malfoy. Exactamente lo mismo.
Se levantó bruscamente de su silla. Se negaba a aceptarlo, se negaba a decirle al señor Weasley que él también habría hecho lo posible por meter a los mortífagos en Hogwarts. Porque tenía la sensación de que pronunciarlo en voz alta le haría sentirse aún más horrible de lo que ya se sentía.
Arthur no le presionó. Se enderezó con expresión satisfecha, y siguió al joven.
- ¿Ya te vas? –preguntó amablemente, abriendo la puerta, como si nada hubiera sucedido allí y como si una pregunta comprometida aún no latiera entre ambos. Porque él también sabía la respuesta.
- Sí, señor Weasley –farfulló Harry, incómodo y confuso.
Arthur Weasley no insistió. Con una sonrisa, dejó salir al mejor amigo de su hijo Ron, y cerró de nuevo la puerta.
Harry escapó de allí, aterrado por lo que acababa de descubrir de sí mismo. Y asqueado y asombrado al comprobar que empezaba a comprender un poco a Malfoy.
El sentimiento era familiar, y, bruscamente, recordó que antes del verano ya había empezado a albergar cierta compasión hacia Malfoy. Porque, por muy bravucón que éste fuera, no dejaba de ser un chico de diecisiete años cuyo destino había estado marcado desde el mismo instante de su nacimiento en el seno de la familia Malfoy. Sí, Draco era un clasista y un racista… por el simple hecho de que sus padres también lo eran.
Harry se detuvo, cerrando los ojos al salir de nuevo a los exteriores de La Madriguera. Necesitaba pensar. Cuando se acostumbró a la intensa luz del sol, alzó la cabeza para mirar a la ventana de la habitación donde estaba Malfoy.
Se habían odiado siempre, desde el primer momento. Pero, haciendo examen de conciencia, reconoció que era imposible que no se hubieran odiado. Draco era hijo de mortífagos, y él el huérfano de los Potter. Habría sido un milagro que se hubieran llevado bien.
- Pero después estuve con él seis años en Hogwarts, y era insoportable… -dijo a nadie en particular, como si pronunciar las palabras en voz alta diera más fuerza al argumento.
Y al momento se dio cuenta de que no era realmente así. Draco era insoportable… para él. Harry era un destacado Gryffindor, y Malfoy uno de los cabecillas de Slytherin. El moreno frunció el ceño al recordar que, si bien la casa rival había hecho todo lo posible por boicotearle durante toda su etapa escolar, los leones tampoco se habían quedado atrás. No todos eran tan nobles como él, y Fred y George le habían gastado más de una broma pesada a los Slytherins. Era una rivalidad feroz y ancestral la que había entre ambas casas, una rivalidad que se manifestaba en las clases, en los pasillos, y, con especial dureza, en el Club de Duelo y en los partidos de quidditch.
Bruscamente Harry descubrió que no todo era blanco o negro. Ni Malfoy y sus compañeros de casa eran tan malos, ni él y los Gryffindors eran tan buenos. Simplemente, no se daban cuartel.
Y volvió a recordar que había llegado a sentir compasión por él. Porque era de su edad, porque no se merecía lo que estaba pasando, y, por encima de todo…
… porque, aunque no quisiera recordarlo muy a menudo, todavía estaba fresca en su mente la imagen en la que Draco, tembloroso y asustado, bajaba la varita porque se sabía incapaz de matar a Albus Dumbledore.
Sí, Draco había bajado la varita. Pero, a medida que pasaban los días y que la confusión por la muerte de su director daba paso al dolor, al dolor puro y duro, Harry descubrió que era mejor no acordarse de eso. Porque, si recordaba que Draco Malfoy había bajado la varita antes de que llegaran los mortífagos, su enemigo dejaba de ser un asesino rastrero al que era muy fácil odiar.
Y siempre era más cómodo culpar a alguien que enfrentarse a la realidad de que Dumbledore estaba muerto. Voldemort era una figura distante y nadie sabía dónde estaba Snape. Como había dicho Arthur, Draco Malfoy estaba allí mismo, accesible, vulnerable, perfecto para ser el blanco de los odios de toda la familia.
Sin darse cuenta, había entrado a la casa, había evitado distraídamente a Molly y a Lupin, y había empezado a subir las escaleras. Y, por pura inercia, ahora estaba frente a la vieja habitación de Ron donde tantas veces había dormido con su amigo.
Miró la vieja puerta, cerrada, intentando imaginar a Draco tras ella, adivinando si estaría dormido, mirando por la ventana, o echado boca arriba en la cama contando las manchas del techo con aburrimiento.
Por unos instantes la posibilidad de entrar y ver cómo estaba Malfoy cruzó su mente. Mas inmediatamente la rechazó con un movimiento de cabeza. Herido o no, asesino o no, Malfoy seguía siendo su antiguo rival, y probablemente no se alegraría demasiado de verle.
Confuso, supo que necesitaba despejarse un poco, y para ello nada mejor que volar un rato. Así que fue a por su Saeta de Fuego y salió al improvisado campo de quidditch en el que Fred, George, Ginny y Ron entrenaban durante el verano. Allí se entretuvo durante lo que quedaba de tarde, atisbando de vez en cuando el pelo rojo de Ron y la melena castaña de Hermione entre la vegetación que rodeaba a La Madriguera. Pero, para su propio pesar, ni siquiera eso logró mitigar su aburrimiento, y, de vez en cuando, se descubría a sí mismo buscando con la mirada la ventana de la habitación donde se encerraba voluntariamente su antiguo rival. Buscando, aunque ni él mismo lo supiera, ver tras el polvoriento cristal, borrosa pero inconfundible, la silueta de Draco Malfoy.


A media noche, un grito le despertó.
Se incorporó bruscamente. Desde la muerte de Dumbledore, tenía el sueño ligero y pasaba la mayor parte de las noches dando vueltas en la cama, inquieto.
Porque, durante el día, conseguía alejar de su mente cualquier atisbo de pensamiento pesimista. Pero, al caer el sol y tumbarse en la cama, volvía a revivir, una y otra vez, los acontecimientos trágicos de su vida. Escuchaba de nuevo el grito de su madre, veía caer inerte al suelo a Cedric Diggory, gritaba al ver desaparecer a Sirius tras aquel velo, y, muy especialmente, sentía de nuevo la impotencia que había vivido el día en el que Snape, a traición, asesinó al que era su mentor, su maestro, su amigo: Dumbledore.
Cuando estaba en Privet Drive tenía la firme creencia de que todo se solucionaría al llegar a La Madriguera. Pero, en realidad, no había sido así. Los ronquidos de Dudley se habían visto sustituidos por los de Ron, sí, pero, por lo demás, era lo único que había cambiado. Seguía tardando en conciliar el sueño, y el más mínimo ruido le despertaba. Al cabo de unos días, se resignó: sí, su vida había estado plagada de tragedias. Y por eso le costaba tanto dormir.
Y por eso, mientras Ron seguía durmiendo a pierna suelta, él se despertó bruscamente, seguro de haber escuchado un grito en alguna parte de la casa.
Casi al instante percibió algo más. Pasos, y una voz que hablaba a alguien en tono agresivo. Reconoció el timbre ronco de Remus, y entonces decidió levantarse de la cama e ir a ver qué pasaba.
Salió del cuarto, y, poniendo cuidado en no despertar a nadie, se dirigió a la habitación que compartían, para incomodidad de ambos, Draco Malfoy y Remus Lupin. Sin pensar en qué encontraría en su interior, abrió la puerta.
Y lo que vio le dejó helado.
Draco estaba en su cama, llorando….
¡¿Llorando?!
Sí, el arrogante Slytherin tenía las mejillas bañadas de lágrimas, y el pelo pegado a la frente mojada de sudor. Pero eso no fue lo que más impactó a Harry.
Era un verano caluroso y, mientras que las chicas usaban sus camisones más finos, los chicos solían dormir sin camiseta, y, en el caso de Ron, llevando sólo los calzoncillos puestos. Malfoy era más escrupuloso, y llevaba unos pantalones que le quedaban enormes y que Harry reconoció en un atisbo de lucidez como uno de los viejos pijamas de Percy. Pero su tórax estaba desnudo, y, en apenas un segundo, Harry pudo ver con claridad las marcas de heridas, los moratones, y las señales que cubrían su cuerpo.
Por no hablar de sus costillas, que podía contar a la perfección desde su posición junto a la puerta.
- ¡Harry!
Harry fue consciente de haber escuchado la voz de Lupin, pero no apartó los ojos de Malfoy. Cuando éste levantó la mirada, sus ojos se cruzaron. Hubo un instante en el que Draco pudo ver con total claridad la compasión que anidaba en los ojos verdes de su enemigo… y entonces, éste apartó la mirada y giró la cabeza hacia Remus, que estaba sentado en su cama, sorprendido por la inesperada visita.
- Escuché un grito y… -farfulló, intentando explicarse.
Remus soltó un gruñido, señalando con la cabeza a Malfoy.
- Ah, sí, se me olvidó advertírtelo, el señorito también tiene pesadillas –masculló, el odio latente en cada sílaba, fulminando con la mirada al joven mortífago, que bajó la cabeza-. Rara es la noche en la que no se despierta gritando… y rara es la noche en la que me deja dormir.
- Yo no tengo la culpa –respondió Draco en un susurro, secándose rápidamente la cara, mortificado por la vergüenza. Se había acostumbrado al odio del licántropo, pero que Harry le viera en aquél estado era algo que su orgullo se negaba a asimilar.
Lupin se limitó a soltar otro gruñido escéptico.
- ¿Por qué no duermes tú en mi habitación?
Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba diciendo. Lupin y Malfoy levantaron la cabeza al mismo tiempo, y le miraron con idéntica expresión de desconcierto. Incluso él mismo se quedó atónito. ¿De verdad le había propuesto a Remus…?
- ¿En tu cama? –inquirió el licántropo.
Pese a todo, Harry no se echó atrás. Asintió con la cabeza, y se apresuró a explicarse ante la atenta mirada de su enemigo.
- Últimamente yo tampoco duermo mucho por las noches –informó, intentando disimular el nerviosismo que impregnaba su voz-. A mí no me molestarían los gritos de Malfoy.
Casi pudo ver cómo Lupin entrecerraba los ojos, considerando la idea… y la desechaba con un movimiento de cabeza.
- No, Harry –dijo, suave pero firmemente, mirando con gratitud al hijo de su mejor amigo-. Yo no estoy aquí para pasar las vacaciones. Yo vine a La Madriguera única y exclusivamente para vigilar a Malfoy. Molly y Arthur me avisaron el día en el que llegó, y desde entonces estoy destinado aquí, como miembro de la Orden del Fénix, con la única misión de mantenerlo vigilado.
Harry sintió una pequeña punzada de decepción que le sorprendió a sí mismo. La negativa había sido amable, pero firme. Y respetaba el criterio de Remus Lupin. Así que, preguntándose a sí mismo por qué estaba tan preocupado por el maldito mortífago, se dispuso a darse media vuelta y a volver a su habitación…
Entonces, miró a Malfoy. Fue sólo un segundo, pero lo suficiente para que Harry advirtiera en los ojos de su enemigo la misma contrariedad que él había sentido con la negativa de Lupin.
Se quedó paralizado, intentando asimilar el hecho de que Draco Malfoy, el Slytherin que le había hecho la vida imposible durante seis años, prefiriese compartir habitación con él que con Lupin, el profesor razonable y sosegado al que ya conocía de Hogwarts. Y comprendió que no lo debía estar pasando muy bien en su compañía.
Para cuando quiso darse cuenta de lo que estaba haciendo, ya se había dado media vuelta de nuevo para encararse con Lupin.
- Insisto. Según creo entendido, Malfoy no está en condiciones de huir a ningún sitio –replicó, intentando mantener la calma-. Y al igual que durante el día se queda en la habitación mientras tú estás abajo, no creo que vaya a pasar nada porque duerma conmigo mientras tú descansas en la habitación de al lado.
Harry contuvo una sonrisa satisfecha al comprobar que su lógica aplastante había conseguido desarmar al profesor. Remus Lupin se puso en pie trabajosamente.
- Si tú insistes… -masculló, arrastrando los pies hasta la salida- si te arrepientes sólo tienes que venir a decírmelo.
- No me arrepentiré –musitó Harry en voz baja. Lupin abandonó la habitación, y el Gryffindor escuchó con claridad cómo se metía en la que hasta entonces había sido la habitación que compartía con Ron.
Después, tragó con fuerza, armándose de valor, y, tras cerrar la puerta, se giró para enfrentarse a Malfoy.
El rubio le estaba mirando con expresión indescifrable: por un lado, estaba sorprendido por la inesperada salida de Harry. Pero, a pesar de todo, el moreno advirtió un brillo de alivio en sus ojos grises.
- Buenas noches, Malfoy –dijo, dirigiéndose a la cama, al ver que el Slytherin no pensaba decir nada.
- ¿A qué juegas, Potter? –replicó instantáneamente el aludido, inclinándose hacia delante.
Harry le miró mientras se sentaba en la cama y arreglaba las sábanas. Pese a su tono agresivo, Draco parecía aún desconcertado. Sonrió con suficiencia.
- No juego a nada, Malfoy. Tanto tú como yo sabemos que, por su estado, Lupin ya pasa demasiadas noches al año sin dormir… -se tumbó y se tapó con la sábana- no me parecía correcto dejar que pasara todas las noches en vela mientras yo estaba tumbado en mi cama mirando al techo. Es simplemente eso.
Draco alzó una ceja, mirándole inquisitivamente, como si tratara de dilucidar si el Gryffindor decía la verdad o mentía. Después de unos segundos, se tumbó él también.
- Ya veo. San Potter… -masculló en tono ácido.
- Buenas noches, Malfoy –repitió Harry, simulando no haberse dado por enterado.
No esperaba recibir contestación, pero Draco volvió a sorprenderle.
- Buenas noches, Potter –respondió, girándose en la cama hasta darle la espalda.
Y Harry se quedó quieto, en la oscuridad, sin ni siquiera quitarse las gafas, observando fijamente la difuminada silueta de su enemigo. Conteniendo su respiración para poder escuchar la suya, y ser así consciente del momento en el que Draco caía profundamente dormido.
¿Por qué?
Un hondo suspiro estremeció el cuerpo del rubio. Harry comprendió que acababa de dormirse.
¿Por qué me preocupo tanto por él?
Se quitó las gafas y las soltó con delicadeza en la mesita de noche.
¿Por qué me preocupa si le despierto o no al soltar las gafas en la mesa?
Entonces, la respuesta acudió a su mente.
Porque soy un Gryffindor. Noble ante todo. Y Draco Malfoy, más que mi enemigo, es ahora un digno objeto de compasión.
Harry volvió a mirarle, recordó las marcas que cubrían su torso y suspiró, feliz.
Ahora se sentía más tranquilo.
Y, sin darse cuenta, él también se durmió, acompasando su respiración a la del Slytherin que dormía pacíficamente en la cama de al lado.



Nota de la autora: perdón por el retraso, últimamente no he tenido mucho tiempo de escribir v_v. En fin, gracias por leer y por comentar ^^ Y gracias a los fans de Lupin (entre los que me incluyo) por tomarse tan bien la actitud de éste, todo tiene una explicación, que llegará a su debido tiempo xD. ¡Hasta otra!

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