Prólogo



FIDELIO


Disclaimer: Harry Potter y sus personajes no me pertenecen a mí sino a JK Rowling, yo sólo se los tomo prestados porque tengo mucho tiempo libre y demasiada imaginación.

Advertencia: Este fic transcurre después de El Príncipe Mestizo (me niego a llamarlo por ese título extraño que le han endosado los de Salamandra) y recoge TODO lo que ocurre en él. Y cuando digo todo me refiero tanto a lo de Dumbledore como a lo de Ginny. Si no has leído el libro... pues léelo (xDDD) y después vuelve aquí, porque a partir del próximo capítulo voy a soltar spoilers y de los gordos.

Advertencia (II): No sé para qué lo digo si siempre acabamos igual, pero bueno... este fic es slash/yaoi/shounen-ai, es decir, chico/chico y más concretamente Harry/Draco. Si no te gusta este género/pareja te invito amablemente a que abandones esta página, a no ser que creas que se te puede convertir ;)

Nota de la autora: este fic llevaba ya tiempo rondando mi cabeza, pero como estaba embarcada en el otro no quise empezarlo, además quería dar tiempo a que la gente se leyera el 6º libro de HP... Ahora que he terminado Lucharé a tu lado empezaré a escribir este aunque advierto que el ritmo va a ser mucho más lento que en el anterior, porque la verdad es que apenas tengo una ligera idea de lo que va a pasar. En cuanto al título, supongo que sabréis lo que es el hechizo Fidelio, así que sólo os dejo con la intriga de quiénes lo van a hacer y por qué, aunque no creo que os cueste mucho adivinarlo xD Ya sabéis, a leer y a comentar ;)


Prólogo


Jamás en su vida había sentido tanto dolor.
Mientras avanzaba penosamente, casi trastabillando, a lo largo del angosto sendero rodeado de vegetación, pensó en más de una ocasión que estaba a punto de desmayarse.
Notaba el sabor de la sangre en la boca. Los labios le ardían, y estaba seguro de que, si se miraba en un espejo, los vería anormalmente hinchados. Todo su cuerpo, magullado y herido hasta la extenuación, le enviaba constantes punzadas de dolor que amenazaban con extinguir su férrea voluntad de seguir adelante.
Pero nada, nada podía compararse al dolor de la pierna. Cada vez que la apoyaba en el suelo, todo su cuerpo se estremecía y tenía que apretar los dientes para no gritar. Incluso contando con la ayuda de su improvisada muleta, caminar le resultaba un ejercicio casi insoportable.
Pero, pese a ello, seguía hacia delante. A pesar del enorme sufrimiento al que estaba sometiendo a su ya castigado cuerpo, insistía en seguir andando. Ignoraba la sangre que empapaba su ropa, la debilidad que empezaba a apoderarse de su ser, y, tercamente, apoyaba la pierna herida en el suelo, una y otra vez, apretando las mandíbulas con fuerza para ahogar el gemido de dolor que amenazaba con escapar de sus labios.
Un par de veces cayó. En un par de ocasiones sus fuerzas le fallaron, y se precipitó al suelo de bruces. La primera vez, impotente y casi acabado, no pudo reprimir que lágrimas de dolor y vergüenza brotaran de sus ojos. Él, que hacía tan sólo unos días aún era un rico adolescente de rancio abolengo al que nada le faltaba, se veía ahora desplomado en el suelo, cubierto de barro, sangre y sudor, el pelo manchado de tierra y deseando con todas sus fuerzas estar muerto.
En ese momento cerró los ojos, dándose por vencido y esperando a que sus perseguidores tuvieran tiempo de encontrarle y matarle. Tan sólo rogaba porque, al verlo tan destrozado, se apiadaran de él y decidieran ejecutarle rápidamente.
Entonces fue cuando se le apareció la imagen de sus padres.
Los vio de nuevo, dando su vida por él. Escuchó sus gritos de agonía y dolor. Y vio a la persona que le había sacado de allí, la persona que le instaba a huir aun a riesgo de que le descubrieran y le mataran a él también.
¿Iba a permitir que el sacrificio de sus padres fuera en vano?
¿Iba a dejar que el ser que los había asesinado se saliese con la suya?
Abrió los ojos, y, trabajosamente, se puso en pie. Merlín sabía que jamás se daría por vencido, jamás, hasta que obtuviese su venganza. Su justa y dulce venganza.
Y vio mentalmente a Voldemort retorcerse entre espasmos de dolor. Se imaginó a sí mismo torturando hasta la muerte al Señor Tenebroso, mientras éste le suplicaba clemencia. Y esa imagen le dio fuerzas para seguir avanzando penosamente, sobreponiéndose al dolor y a la debilidad que amenazaban con hacerle desistir. Salvando así su propio pellejo.
La segunda vez que resbaló y cayó, ni siquiera perdió el tiempo en compadecerse a sí mismo. Llorando silenciosamente de puro dolor, consiguió ponerse de nuevo en pie y siguió andando. Sin dudar, sin cuestionarse lo que estaba haciendo, sin pensar en otra cosa que no fuera dar un paso tras otro, una y otra vez.
Al fin, tras lo que le parecieron horas, cuando apenas tenía ya fuerzas para sostener su propio peso y se paraba frecuentemente a descansar apoyándose penosamente en algún árbol, divisó entre la espesa vegetación la silueta de la casa que se recortaba contra el cielo, ya anaranjado por efecto del atardecer.
Y, pese al dolor que ya sentía en cada fibra de su cuerpo, le asaltó una punzada de orgullo cuando pensó en cómo aparecería allí, herido y desaliñado. En la casa de la familia a la que más despreciaba. Y el grito de incredulidad y protesta que había emitido horas antes, cuando le habían ordenado que fuera allí si quería salvar su vida, resonó de nuevo en sus oídos.
Entonces, la pierna le falló, y sólo sus reflejos le salvaron de acabar en el suelo por tercera vez. Afortunadamente, consiguió agarrarse al tronco de un árbol para frenar su caída. Pero estaba débil, muy débil, por lo que sólo pudo resbalar hasta desplomarse suavemente sobre el suelo cubierto de hojas secas.
Comprendió que ya no podía andar. Y a punto estuvo de morir de humillación cuando supo que, irremediablemente, tendría que llegar hasta allí arrastrándose como un vulgar perro.
Afortunadamente, se impuso su vena Slytherin; ahora lo importante era salvar la vida para ejecutar su venganza. El fin justificaba los medios, siempre. Así que, intentando no imaginar la cara que iba a poner ese pobretón de Weasley cuando le viera arrastrándose por su jardín, empezó a avanzar penosamente hacia la casa.
Con una mezcla de alivio y bochorno escuchó unos alegres gritos cuyas voces le resultaban familiares. Eran casi ahogados por el silbido del aire, y comprendió súbitamente que estaban jugando al quidditch. Con la cabeza a ras del suelo, sin querer mirar hacia arriba, se arrastró unos cuantos metros más, hasta que, definitivamente, sus fuerzas le abandonaron por completo.
Se dejó caer, allí, con la vista nublada y cierta sensación de sopor que, en parte, aliviaba el dolor y la rabia de verse humillado de esa forma. Apenas notó cuándo los gritos alegres se veían interrumpidos por otro más agudo, de alerta. Apenas se dio cuenta de cuándo los hermanos Weasley desmontaban en sus escobas. Vagamente sintió los pasos sobre la hojarasca, y ni siquiera pudo distinguir las palabras que cruzaban los habitantes de aquella casa mientras se inclinaban para examinarle.
Un rostro apareció en su cada vez más difuminado campo de visión. Una chica. Sabía quién era, pero en ese momento no recordaba su nombre. Su mente estaba demasiado cansada, y la oscuridad le llamaba… descubrió que era menos doloroso si se abandonaba y placenteramente se entregaba a ella…
Así, en el mismo instante en el que Ginny Weasley gritaba para alertar a su madre, Draco Malfoy dejó caer la cabeza en el suelo mientras, exhausto y derrotado, perdía completamente la consciencia.

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